"Esta inmensa soledad está llena de tu presencia"
Carta de Juan Domingo Perón a Evita recibida por Eva Perón el 14 de Octubre de 1945.
miércoles, 30 de junio de 2010
lunes, 28 de junio de 2010
Novia
Hace mucho tiempo, yo tenia una novia buena y hermosa. Me amaba con una devoción tal, que no pude resistir la tentación de ser malvado. Me solazaba en la traición, en el capricho, en la impuntualidad, en la mentira gratuita.
Ella lloraba en secreto, cuando yo no la veía, pues sabia que su llanto me irritaba. Pero un día, un incidente que ni siquiera recuerdo, me despertó el temor de perderla.
El amor crece con el miedo. Mi conducta cambió. Me fuí haciendo bueno. Quise pagar el daño que había hecho y empecé a vivir para ella.
Le hacía el amor en todos los zaguanes, le cantaba valses de Héctor Pedro Blomberg. La llevaba a pasear por los lugares mas hermosos del mundo. Le imponía aventuras inesperadas. Me hice sabio y generoso solo para merecer su amor.
Pero un día me dejó.
-No te quiero más- me dijo, y se fue.
Suplique un poco, solo un poco, porque era bueno. Después me puse a esperar la muerte sentado en un umbral.
Al cabo de un tiempo, aparecieron los celos. Pensé que seguramente me había dejado por otro. Decidí averiguarlo.
Indagué a los amigos comunes, pero todos afectaban un aire de trabajosa indiferencia.
Resolví seguirla. Pasaba las noches acechando su puerta. Durante el día, me apostaba en la esquina de su trabajo. El resultado de mis pesquisas fue nulo, Mi novia se desplazaba por circuitos inocentes. Perdí mi empleo, mi salud y hasta mis amistades. Mi vida era una perpetua vigilancia.
Pasaron largos meses sin que nada ocurriera. Hasta que una noche la vi salir de su casa con aire decidido.
Tuve el presentimiento de que iba a encontrarse con un hombre, tal vez porque estaba demasiado linda.
La seguí entre las sombras y ví que se detenía en la esquina que yo conocía bien. Me escondí en un portal. Ella se detuvo y esperó, esperó mucho.
Cerca de una hora después, apareció un hombre alto, oscuro, soberbio. Algo familiar había en su paso. Ella intentó una caricia, pero él la rechazó.
Inmediatamente comprendí que el hombre se complacía en verla sufrir y amar al mismo tiempo. Se trataba de un sujeto diabólico. Cada tanto, me llegaban ráfagas de una risa vulgar. No podia concebirse un individuo mas vil y detestable.
Caminaron. Tomaron un rumbo que no me sorprendió.
Al llegar a la luz de la avenida, pude ver que aquel hombre era yo. Yo mismo, pero antes.
Con el desdén cósmico que tanto me habia costado borrar del alma, con la maldad de mis peores épocas. Con la impunidad de los necios.
No pude soportarlo, pensé en cruzar la calle y pegarme una trompada, pero me tuve miedo. Quise gritar, ordenarme a mi mismo dejar tranquilo a aquella muchacha. Pero el imperativo no tiene primera persona y no supe que decirme.
Se detuvieron un instante y pasé delante de ello. Ella no me vio. Yo sí me vi. Me miré con un gesto de advertencia.
Despues los perdí de vista y me quedé llorando.
El libro del fantasma
Alejandro Dolina
Ella lloraba en secreto, cuando yo no la veía, pues sabia que su llanto me irritaba. Pero un día, un incidente que ni siquiera recuerdo, me despertó el temor de perderla.
El amor crece con el miedo. Mi conducta cambió. Me fuí haciendo bueno. Quise pagar el daño que había hecho y empecé a vivir para ella.
Le hacía el amor en todos los zaguanes, le cantaba valses de Héctor Pedro Blomberg. La llevaba a pasear por los lugares mas hermosos del mundo. Le imponía aventuras inesperadas. Me hice sabio y generoso solo para merecer su amor.
Pero un día me dejó.
-No te quiero más- me dijo, y se fue.
Suplique un poco, solo un poco, porque era bueno. Después me puse a esperar la muerte sentado en un umbral.
Al cabo de un tiempo, aparecieron los celos. Pensé que seguramente me había dejado por otro. Decidí averiguarlo.
Indagué a los amigos comunes, pero todos afectaban un aire de trabajosa indiferencia.
Resolví seguirla. Pasaba las noches acechando su puerta. Durante el día, me apostaba en la esquina de su trabajo. El resultado de mis pesquisas fue nulo, Mi novia se desplazaba por circuitos inocentes. Perdí mi empleo, mi salud y hasta mis amistades. Mi vida era una perpetua vigilancia.
Pasaron largos meses sin que nada ocurriera. Hasta que una noche la vi salir de su casa con aire decidido.
Tuve el presentimiento de que iba a encontrarse con un hombre, tal vez porque estaba demasiado linda.
La seguí entre las sombras y ví que se detenía en la esquina que yo conocía bien. Me escondí en un portal. Ella se detuvo y esperó, esperó mucho.
Cerca de una hora después, apareció un hombre alto, oscuro, soberbio. Algo familiar había en su paso. Ella intentó una caricia, pero él la rechazó.
Inmediatamente comprendí que el hombre se complacía en verla sufrir y amar al mismo tiempo. Se trataba de un sujeto diabólico. Cada tanto, me llegaban ráfagas de una risa vulgar. No podia concebirse un individuo mas vil y detestable.
Caminaron. Tomaron un rumbo que no me sorprendió.
Al llegar a la luz de la avenida, pude ver que aquel hombre era yo. Yo mismo, pero antes.
Con el desdén cósmico que tanto me habia costado borrar del alma, con la maldad de mis peores épocas. Con la impunidad de los necios.
No pude soportarlo, pensé en cruzar la calle y pegarme una trompada, pero me tuve miedo. Quise gritar, ordenarme a mi mismo dejar tranquilo a aquella muchacha. Pero el imperativo no tiene primera persona y no supe que decirme.
Se detuvieron un instante y pasé delante de ello. Ella no me vio. Yo sí me vi. Me miré con un gesto de advertencia.
Despues los perdí de vista y me quedé llorando.
El libro del fantasma
Alejandro Dolina
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viernes, 25 de junio de 2010
Lo Perdido
¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.
Jorge Luis Borges
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.
Jorge Luis Borges
jueves, 24 de junio de 2010
miércoles, 16 de junio de 2010
Delia Elena San Marco
Nos despedimos en una de las esquinas del Once.
Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano.
Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación.Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.
El Hacedor
Jorge Luis Borges
Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano.
Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación.Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.
El Hacedor
Jorge Luis Borges
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martes, 15 de junio de 2010
53 años, 7 meses y 11 días
“Cuando ya no quedó nada que comer en los platos, el capitán se limpió con la esquina del mantel, y habló en una jerga procaz que acabó de una vez con el prestigio del buen decir de los capitanes del río. Pues no habló por ellos ni por nadie, sino tratando de ponerse de acuerdo con su propia rabia. Su conclusión, al cabo de una ristra de improperios bárbaros, fue que no encontraba cómo salir del embrollo en que se había metido con la bandera del cólera.
Florentino Ariza lo escuchó sin pestañear. Luego miró por las ventanas el círculo completo del cuadrante de la rosa náutica, el horizonte nítido, el cielo de diciembre sin una sola nube, las aguas navegables hasta siempre, y dijo:
- Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La Dorada.
Fermina Daza se estremeció, porque reconoció la antigua voz iluminada por la gracia del Espíritu Santo y miró al capitán: él era el destino. Pero el capitán no la vio porque estaba anonadado por el tremendo poder de inspiración de Florentino Ariza.
- ¿Lo dice en serio? – le preguntó.
- Desde que nací – dijo Florentino Ariza - , no he dicho una sola cosa que no sea en serio.
El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? – le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
- Toda la vida – dijo.”
El amor en los tiempos del cólera
Gabriel García Márquez
Florentino Ariza lo escuchó sin pestañear. Luego miró por las ventanas el círculo completo del cuadrante de la rosa náutica, el horizonte nítido, el cielo de diciembre sin una sola nube, las aguas navegables hasta siempre, y dijo:
- Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La Dorada.
Fermina Daza se estremeció, porque reconoció la antigua voz iluminada por la gracia del Espíritu Santo y miró al capitán: él era el destino. Pero el capitán no la vio porque estaba anonadado por el tremendo poder de inspiración de Florentino Ariza.
- ¿Lo dice en serio? – le preguntó.
- Desde que nací – dijo Florentino Ariza - , no he dicho una sola cosa que no sea en serio.
El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? – le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
- Toda la vida – dijo.”
El amor en los tiempos del cólera
Gabriel García Márquez
viernes, 11 de junio de 2010
Definición del amor
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño, Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Francisco de Quevedo
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño, Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Francisco de Quevedo
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martes, 8 de junio de 2010
Resurrecciones / 1
"Y nada tenía de malo, y nada tenía de raro, que se me hubiera roto el corazón, de tanto usarlo."
El libro de los abrazos
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos
Eduardo Galeano
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lunes, 7 de junio de 2010
Nostalgias
Tango 1936
Música: Juan Carlos Cobián
Letra: Enrique Cadícamo
Quiero emborrachar mi corazón
para apagar un loco amor
que más que amor es un sufrir...
Y aquí vengo para eso,
a borrar antiguos besos
en los besos de otras bocas...
Si su amor fue "flor de un día"
¿porqué causa es siempre mía
esa cruel preocupación?
Quiero por los dos mi copa alzar
para olvidar mi obstinación
y más la vuelvo a recordar.
Nostalgias
de escuchar su risa loca
y sentir junto a mi boca
como un fuego su respiración.
Angustia
de sentirme abandonado
y pensar que otro a su lado
pronto... pronto le hablará de amor...
¡Hermano!
Yo no quiero rebajarme,
ni pedirle, ni llorarle,
ni decirle que no puedo más vivir...
Desde mi triste soledad veré caer
las rosas muertas de mi juventud.
Gime, bandoneón, tu tango gris,
quizá a ti te hiera igual
algún amor sentimental...
Llora mi alma de fantoche
sola y triste en esta noche,
noche negra y sin estrellas...
Si las copas traen consuelo
aquí estoy con mi desvelo
para ahogarlos de una vez...
Quiero emborrachar mi corazón
para después poder brindar
"por los fracasos del amor"...
Música: Juan Carlos Cobián
Letra: Enrique Cadícamo
Quiero emborrachar mi corazón
para apagar un loco amor
que más que amor es un sufrir...
Y aquí vengo para eso,
a borrar antiguos besos
en los besos de otras bocas...
Si su amor fue "flor de un día"
¿porqué causa es siempre mía
esa cruel preocupación?
Quiero por los dos mi copa alzar
para olvidar mi obstinación
y más la vuelvo a recordar.
Nostalgias
de escuchar su risa loca
y sentir junto a mi boca
como un fuego su respiración.
Angustia
de sentirme abandonado
y pensar que otro a su lado
pronto... pronto le hablará de amor...
¡Hermano!
Yo no quiero rebajarme,
ni pedirle, ni llorarle,
ni decirle que no puedo más vivir...
Desde mi triste soledad veré caer
las rosas muertas de mi juventud.
Gime, bandoneón, tu tango gris,
quizá a ti te hiera igual
algún amor sentimental...
Llora mi alma de fantoche
sola y triste en esta noche,
noche negra y sin estrellas...
Si las copas traen consuelo
aquí estoy con mi desvelo
para ahogarlos de una vez...
Quiero emborrachar mi corazón
para después poder brindar
"por los fracasos del amor"...
sábado, 5 de junio de 2010
La esperanza
Ya soy viejo. Ayer le oí decir al ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo. No lo pienses. Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi sangre, con quien quise y... con quien quiero. Todo está acabado... y, sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto, y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir, quiero no ver, quiero quedarme sereno, vacio..., ¿es que no tiene derecho un pobre hombre a respirar con libertad.? Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretase sus dientes por última vez.
Fragmento adaptado de "Doña Rosita la soltera"
Federico García Lorca
Fragmento adaptado de "Doña Rosita la soltera"
Federico García Lorca
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